El impostor
El impostor
Después
de haber engullido por inercia la cena, y sin haber dirigido palabra alguna a
su esposa, encendió el cigarrillo apartándose de la mesa hacia el exterior para
despejar la mente. Abre el pestillo, dejando la puerta abierta. Avanza unos
pocos metros y se apoya en un árbol contiguo a la entrada. El humo del cigarrillo se mezclaba con la
bruma que salía de los estanques pantanosos que se encontraban a poca distancia
de la casa. Su esposa lo observaba mirar las estrellas desde el interior,
sentada con las piernas y brazos cruzados, en señal de molestia y resignación. En
aquella noche las estrellas se apreciaban con todo su fulgor; quería salir a
acompañarlo, pero su orgullo no la dejaba.
–Deja
de pensar en problemas– le dijo desde dentro. No hubo respuesta.
Puede
ser que el espectáculo celeste lo haya dejado sin palabras. Quizás no
contemplaba nada, sino que el ruido de sus pensamientos era más profundo que el
llamado de su mujer o simplemente estaba en espera de algo.
El
cielo era un derrame de miles de polvos luminosos, pero no todo es estrellas.
En promedio, cada diez minutos se puede ver un pequeño asteroide
desintegrándose en la atmósfera. Y por supuesto, también se contempla la basura
estelar como satélites y otras cosas que nadie nunca comprenderá. De parte de
ella hubo un segundo intento:
–¿Te pasa algo? quiero que me contestes–… Tampoco
hubo respuesta. Lo único que salía de los labios del hombre eran las bocanadas de humo que se
esfumaban en la inmensidad.
–Mejor me voy acostar, si quieres puedes dormir con
las gallinas, le dijo furiosa, parándose de la mesa.
La
mujer ya estaba cansada del comportamiento de su marido, pero también atemorizada.
Unas semanas antes no era así; no desde que los perros, gallinas y grillos
comenzaran a convulsionar con estruendosos sonidos, como si estuvieran
sintiendo un temor que les provocaba un agudo dolor. Los canes ladraban en
dirección al bosque, donde muchos animales huían despavoridos del lugar.
Mientras eso sucedía, ambos observaban todo sin tener una explicación. Solo temían
el hecho que si algo había en medio del bosque, nada bueno traía consigo. El
hombre tuvo que armarse de coraje e internarse en el bosque para saber qué
ocurría. Cuando él iba en busca de su escopeta que usaba para cazar liebres, su
esposa intentó retenerlo sujetándole el brazo.
–No vayas, no seas porfiado; te pueden matar allá
adentro.
–No pasa nada, no pasa nada. Déjame ir.
El
hombre va hacia sus perros Tololo y Teodoro para que lo acompañen. No le fue fácil
llevarlos consigo, no querían internarse en el bosque por el evidente temor,
pero finalmente lo hicieron al tirón del collar. Al Transcurrir unos 10
minutos, todo se calmó.
La
mujer se había encerrado en la casa con un hacha en la mano, en caso de que
algún extraño entrara para atacarla. De pronto tiene un sobresalto, alguien
golpeaba a la puerta. Al abrir, ve a su esposo y Teodoro. Él estaba como un zombi, no era el mismo; el
bosque le devolvió a otro hombre.
–¿Y el Tololo? Le preguntó ella con espanto.
–Murió.
– Cómo, respóndeme.
–Murió sin más.
Desde
que se levantó de la mesa, la mujer llevaba varias horas acostada, observó el
reloj sobre su velador, eran las 3:30 y el hombre aún no se acostaba. Se
levantó, se puso su bata y fue a observar a su marido, quizás sí se fue a
acostar con las gallinas; pero no, seguía ahí apoyado en el árbol, mirando el
cielo y fumando. Al observar el estado de su este, penetró en ella un horror
como el de aquella noche. Aquel no era su marido, sino otro ser que se robó su
carne, huesos y piel. Retrocedió
sigilosamente y cerró la puerta con pestillo trancándola con un madero.
Ella
estaba temblando, siempre con el hacha en la mano, al ver por un pequeño
orificio que daba con el exterior el estado de su marido. Definitivamente no
era él, no podía. Por horas parado junto a ese árbol, como un ser poseído por
algo muy oscuro, desconocido.
De
pronto un sonido se comenzó a levantar en el exterior, como una verdadera
tormenta. La mujer se dirigió a la ventana que se encontraba al otro extremo de
la casa para observar, pero el cielo estaba completamente despejado. Sin
embargo, los árboles se movían rodeados por vientos casi tormentosos. Posterior
a eso, efímeros destellos de luz comenzaron a surgir, iluminando kilómetros
enteros.
La
mujer desesperada sale en busca del hombre para protegerlo, pero ya no estaba
apoyado en el árbol. Avanzaba lento por los pantanales, donde se encontraba una
gran cúpula brillante que flotaba y giraba sobre su mismo eje a revoluciones
espantosas. El agua se alborotaba rodeando aquello, dando un espectáculo tan
bello como aterrador. Desesperada fue
tras él, pero este ya se encontraba demasiado cerca de la cúpula.
Al
llegar el hombre, se compenetró con aquella cosa hasta que desapareció con la
luz. En aquella noche la mujer salió de las frías aguas pantanosas y pernoctó
toda la noche a la intemperie, acostada junto al árbol. Al pasar los días la
mujer no sentía miedo, tristeza o rabia. Su cerebro nunca pudo procesar lo
ocurrido. Su vida tuvo que seguir el curso normal.
Lukas W Fuentes
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