Cotidianidad 2.218
Cotidianidad 2.218
Antes de
cerrar mi oficina, miro por última vez en el día aquel cuadro, en el que se
retrata un valle bajo parciales nubes, atravesadas por una leve escarcha y por
gloriosos rayos de sol que llenan de cristal los ríos, en el que puedo observar
aquella minúscula silueta transitar. Pero al salir, es otro el escenario. Las
calles en cada rincón, cada centímetro se encuentran atestadas de personas de
distinta clase. Millares rondan las infinitas posibilidades que ofrece la urbe.
La tecnología sofisticada, casi monstruosa se mezcla con las construcciones
hostiles, creadas en los siglos pasados. Miles de rostros se cruzan frente a
mí, yo no miro a nadie a los ojos, pues no tiene sentido. Hace mucho tiempo que
la condición de persona o humano se amplió incluso a objetos. Ya no importa si
se nace de un vientre o de las grandes empresas que controlan el monopolio de
la genética y la robótica. Lo que antes se presagió en la literatura o el cine
ya es una realidad. Personas se despojan de sus cuerpos para habitar otros,
inmunes a enfermedades. La última muerte de nuestra línea temporal fue hace
diez años, una anciana con ideas pretéritas cuyos argumentos señalaban que la
humanidad estaba tomando un rumbo siniestro, descabellado y sin sentido. Antes
de morir dejó al mundo una carta que decía:
“Ahora que manejan como un juguete el tiempo,
ahora que controlan las enfermedades y que poseen cuerpos incorruptibles, será
el fin de la raza humana. Conmigo la humanidad deja de existir. Sus mentes
milenarias en vida los traicionarán, aniquilarán y de una vez y para siempre no
serán más”.
Avanzo bajo
la contaminada niebla y la lluvia insana cae como infinitas gotas de plomo. Me
detengo en medio de la vorágine digital: pantallas publicitan lo que
personalmente deseamos. Gigantescas proyecciones de mujeres se presentan frente
a mí, ofreciéndome compañía. Una mujer llamada Amalia se me acercó con un
susurro al oído y me dijo que despertaría mis sentidos más ocultos, hasta el
último poro de mi piel. Otra que se
decía ser Elizabeth, me ofreció compañía para escuchar mis problemas e Ingrid
dijo ser la que recorrería todas mis aventuras. Todas se parecen a una mujer
que amé por mucho tiempo, pero que decidió ser parte de un mundo digital en el
que puedes controlar todo a tu voluntad. Yo respeté su decisión, quizás debería
hacer lo mismo e ir por ella y dejar esta tontería que yo llamo realidad. ¿A
quién le importa la realidad, la verdad, o el significado real de las cosas?
Hoy en día una computadora con inteligencia
artificial y conciencia tiene derechos igual o mayor que los cientos de niños o
ancianos que no lograron acoplarse a este nuevo progreso. Decido por un precio
no menor ir a mi casa con Elizabeth. Es una noche turbada y necesito calmar el
corazón. Al llegar a casa, esta se comporta como si conociera cada espacio u
objeto. Su software se conecta con los circuitos del hogar y con la exploración
de internet que realizo día a día, reproduciendo las canciones que me gustan y
conversándome temas que me interesan. Tomo un poco de vino y a modo de engaño
propio le ofrezco y, ella, por razones obvias, no acepta. Me recuesto en el sofá y le pido que se siente al lado
mío para que me lea un poema tan olvidado como inconexo con el presente,
perteneciente a un viejo y raro libro de olvidada ciencia, que me recordaba que nunca más la tendría. Nunca más
las cosas serían como fueron. Poco a poco me fui quedando dormido. De pronto ya
era otro día y me encontraba nuevamente solo. Un recibo digital sobre el piso
decía: “Gracias por confiar en nuestros
servicios; esperamos que nuevamente vuelva a tener una compañía inolvidable”.
Todas las
mañanas al caminar por el pasillo que conduce al baño, observo en medio del
trayecto un cuadro colgado en el que salen mis padres, hermanos y amigos, donde
todos celebran. Yo me encuentro al medio con una torta con velas, alumbrando
con luz tenue el rostro de mi ex esposa, en el que celebrábamos su cumpleaños
número 27. Todos han desaparecido. Charlie, el más alegre o, al menos eso
parecía, decidió tener un suicidio llamado suicidio oriental o budista, que
consiste en que las personas dejan de existir como tal, pero que suprimen su
conciencia a una escala menor, casi al nivel de instinto y la transportan algún
animal en el que la misma persona, según como avance su nueva vida, pueda
evolucionar y retomar su vida original, restablecido y curado de su apatía por
la vida. Todo esto, claro, manejado por una empresa llamada “vida asistida”,
capaces de trabajar con la esencia de la conciencia humana. Al costado de
Charlie está Carlos quien decía no pertenecer a este siglo, así que decidió ser
parte de una de las tantas colonias que se transportaron a un tiempo alterno
que data a los años 10.000 antes de Cristo para colonizar la tierra y darle un
nuevo curso a la historia. Ya no solo se vulnera la vida, sino que la
existencia de otras eras. Ya no solo se explotan los recursos del presente,
sino que del pasado. Aquí me detendré un poco para explicar en qué consiste
esto.
El único
modo para que la raza humana lograra su sobrevivencia era que estos controlaran
el tiempo. El viaje espacial está casi descartado, puesto que a pesar de las
probabilidades, no se ha logrado dar con un planeta que sea un buen candidato
para habitarlo. Por este motivo, durante décadas se pusieron todos los
esfuerzos en la investigación del tiempo, su verdadera naturaleza, hasta que…
eureka, descubrieron cómo realizar viajes hacia el pasado y el futuro. Sin
embargo, hubo un problema: las personas del pasado no aceptaron esto
fácilmente, dado que los del futuro estaban extrayendo sus recursos, lo cual
inevitablemente traería consecuencias al futuro mismo. Todo fue un verdadero
problema. Los del pasado poco a poco fueron dominando la tecnología de mi era,
lo que produjo un verdadero desastre en distintas épocas de la historia humana.
Romanos luchando con personas de milenios posteriores. Las guerras ya no se
producen entre países, sino entre líneas temporales, con existencias frágiles,
puesto que intervenir en estas es toda una aberración. No obstante, las mentes
más brillantes fueron logrando prolongadamente resolver la paradoja temporal.
Mis dos
hermanos, en las que sus sonrisas y expresiones faciales dejan notar una falsa
alegría, prefirieron embarcarse en el mundo omnisciente de la informática. Sus
consciencias vagan en el conocimiento infinito de la información. Sus cuerpos
fueron donados a una corporación llamada “Caeli Corpus” a cambio de tener la
capacidad para navegar con todo tu ser por los multiversos de la informática. Mi
padre cuando tenía 78 años fue diagnosticado con cáncer metalúrgico, en el que
un virus cibernético carcomía parte de su sistema artificial, por lo que con mi
madre decidieron tener suicidio asistido y transportar sus conciencias a un
mundo artificial, al igual como la que apagaría las velas en aquella foto.
Mientras
me ducho, ordeno a la pared frente a mí que se vuelva diáfana. Los rayos del
sol alumbran entre las centenares colmenas que resguardan miles de vidas. Las
sombras de la ciudad se curvan y desplazan por la luz del nuevo amanecer. Y es
aquí donde pienso en que todos han decidido algo en sus vidas, en cambio yo me
he quedado solo bajo el agua, solo frente a la inmensa e indiferente
civilización. Me miro frente al espejo, me visto, bebo un poco de jugo con una
barra concentrada en vitaminas y minerales y me transporto hacia mi trabajo.
Son las 7:05. Debo estar rápidamente en la esquina 39 ¾, cercana a cinco
cuadras de mi departamento. A las 7:15 la esquina se trasladaría como un
engranaje de reloj a la esquina 77 ¾, dejándome justo al frente del edificio
donde trabajo. Paso directamente a mi oficina y comienzo ofrecer las distintas
opciones de vida que pueden seleccionar los clientes: ¿Desea probar un día
gratis, sin compromiso a adquirir nuestro producto, nuestras estancias ubicadas
en el Imperio Romano, Civilización griega o en Estados Unidos de los años 60
para disfrutar del Rock and Roll? En fin, mi rol era ofrecer una infinidad de
productos. Miles de cubículos se encargan de proporcionar todo tipo de “ayuda”
a las personas y a veces pienso en estas vías de escape más de lo que me
gustaría.
Es martes y
estos días me producen sopor y aburrimiento, así que tengo por costumbre
reclinar un poco mi asiento, voltear en 180 grados y observar el cuadro sobre
la pared. De pronto este emite un sonido, es la voz ella.
-Hola.
-Hola.
-¿Cómo estás?
-Aquí, viviendo.
-¿Cuándo vendrás?
-No hay dónde ir.
-¿Crees que no pienso lo que te digo? ¿Qué solo soy un
software?
-Creo que no eres real, pero aun así poco me está importando
lo que es y lo que no.
-Acá tendríamos una eterna primavera.
-Me siento algo cansado.
-Entonces ven conmigo.
Volteo hacia la ventana. Miles de luces se proyectan en mis
pupilas, luces extasiantes que recorren como glóbulos por miles de vías, como
un torrente sanguíneo, sin parar y como hormigas desesperadas. Las opciones no
son muchas: o es seguir así, mirando el abismo con un cigarrillo en la mano o
considerar una de las opciones que ofrece la tecnología. Familia y amigos se
han ido, quizás sea tiempo de dar un paso. Abro la ventana y dejo que la recia
ventisca entre por cada rincón de mi oficina. Levanto los brazos mirando el
abismo. Ínfimas gotas mezcladas con impureza comienzan a mojar mi rostro. Es
necesario algo de realidad sobre mi piel, pero quizás esta también haya
evolucionado…
Es la tarde número 124, en la que al fin con mi martillo doy
los últimos golpes a la última tabla para que la fachada de la casa quede
completada. Con un aire de satisfacción me alejo para contemplarla con una
pequeña sensación de satisfacción. A mi alrededor, el trigo ondula, como un
cabello y el viento llega a mis pulmones. Lo esencial está listo para que pueda
recibir las próximas estaciones. El cielo es azul y los rayos de sol caen sobre
mi rostro.
En aquella parte quedará el rancho, a mi izquierda construiré
el invernadero y posterior a la casa las plantaciones de maíz. Podría tener un
perro para que me acompañe, y caballos, muchos caballos, para recorrer los
montes.
Al fin me siento en el porche para reposar la jornada.
Respiro hondo y observo el ocaso entre las montañas, cuyas sombras se proyectan
y crecen cada vez más. De pronto un impulso me hace meter mi mano al bolsillo
de mi pantalón, era un recibo ya casi desteñido, de una época casi olvidada:
“gracias por seleccionar su viaje vitalicio al año 1881, donde la historia la
comienzas tú”.
Lukas W
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