La desaparición



La desaparición.








Ya todos dejaron de pensar qué fue de él cuando salió de la sala. Algunos dicen que el principal responsable era yo. Todo esto es un enredo que quizás nadie podrá resolver. Hay muchas hipótesis al respecto, pero ninguna satisfactoria: que lo raptaron, que lo asesinaron, que se dio a la fuga o que simplemente salió a recorrer el mundo sin identidad ni nada, pero que en algún momento retornaría. Al principio muchos me tranquilizaban en vano diciendo que solo hice lo que cualquier profesor haría: darle permiso a un alumno para ir al baño,  tan simple como eso. En todo caso no está fuera de la ley, al contrario, no tener criterio para ser permisivo en ocasiones como estas sería un problema. Aun así, puede ser que si mi respuesta hubiese sido otra, tal vez nada de esto habría ocurrido.
Recuerdo que el día estaba nublado y cuando esto sucede, los estudiantes se ponen inquietos. Era el primer bloque del día viernes, así que estaban agotados por la carga semanal. Y esto sumado al clima de aquel día, complicaba aun más las cosas.  No había ni siquiera transcurrido la primera hora pedagógica, cuando siete estudiantes se me acercaron para  pedirme permiso e ir al baño. Hubo un octavo que solicitó lo mismo, pero no se lo di al instante, ya que el séptimo nunca volvió a la sala.
Ninguno salía del lugar sin que la persona anterior volviera; esa era mi regla. Aquel día justo comenzamos a hablar algo de literatura comentándoles un aspecto muy personal respecto a mi inclinación por ella, especialmente en los cuentos. Esto era que me fascinaba el enigma o la historia oculta que en estos se pueden encontrar. Y al igual que en el cuento, la realidad se volvió un enigma, una historia oculta que hasta entonces no se ha logrado revelar. A los 15 minutos el octavo estudiante estaba reclamando la demora de su compañero. Ante aquella situación me molesté un poco diciendo que nadie más tendría permiso para ir al baño, ya que se estaba formando mucho desorden. La actividad de aquel día era crear un relato de una plana, donde se contemplara una historia oculta. Sin embargo, recuerdo que el estudiante desaparecido solo mal utilizaba un obsequio que le había entregado, no realizando la actividad, sino que dibujando algo que no pude percibir.
Después de advertir la negativa para ir al baño, seguimos con la actividad y fue ahí cuando una leve molestia dentro de mi cabeza comenzó a dar vuelta. Así que accedí a la petición:
–Javier, vaya al baño y vea por favor qué le ocurrió a Luis, y así aprovecha usted de hacer lo que necesite, ojo que será el último.
Éste se demoró unos 25 minutos en volver. Cuando llega a la sala se le ve agitado y colorado.
–He recorrido todo el liceo profesor y no lo encuentro por ningún lado.
 Quizás se ha escapado –pensé–.
–Además pregunté al portero y me dice que no se ha movido del lugar de entrada desde hace una hora.

El único lugar que pudo haber escapado es por una pandereta de casi seis metros, pero Luis no mide más de uno 65; era el más pequeño de los hombres del curso, siendo esto una posibilidad poco probable. En total, ya había pasado más de media hora y no daba señales. Moviendo el plumón con mis dedos pensé en que si no aparecía en 10 minutos, iría en busca de la inspectora general para que se hiciera cargo ante la situación. Pensaba que es posible que se encuentre en algún rincón escondido, para así perder el bloque completo.  
No pude esperar a que pasara toda la clase, así que decidí que el mismo Javier fuera donde ella y le comunicara lo sucedido.
No quería llegar a aquel recurso, porque la verdad no me agradaba para nada aquella señora, desde su aspecto hasta su forma de ser. Es de esas mujeres altas y gruesas con aspecto imponente. Su rostro me recuerda a un perro rottweiler o un pitbull. Al pasar no saluda. Es como si no existieras cuando estás a su lado. Al llegar a la sala todos se pararon en forma unánime para saludarla, más por temor que por respeto. Pero a sus espaldas tiene un sin fin de epítetos por parte de los honorables estudiantes de este emblemático liceo. Se dirigió directamente a mi escritorio para preguntarme lo sucedido. Yo solo le dije que le di permiso para ir al baño. Era lo único que sabía y que envié a los 15 minutos a un compañero a buscarlo. La inspectora se quedó pensativa y resolvió enviar a asistentes a buscarlo por todos los rincones, pero no dieron con él en ninguna parte. Cuando hubo terminado la clase, esperé que todos salieran de la sala para quedarme pensando. De pronto me acerco a su pupitre y me percato que dejó todas sus cosas, excepto una hoja rasgada de su cuaderno, que se encontraba abierto sobre el respaldo junto con el lápiz que le había regalado.
Después llamaron al apoderado para saber si estaba en casa y este histérico contestó que no, reprochando la ineficiente seguridad del establecimiento. La situación aún no era para desesperarse, pues pudo haber ido a cualquier parte de la ciudad talquina y volver a su casa. Al menos la mayoría tenía la esperanza de aquello. De todos modos la inspectora en la misma jornada tuvo que dejar constancia en carabineros sobre lo sucedido. La situación comenzó a ponerse color de hormiga cuando al lunes siguiente llegaron los padres al lugar, exaltados y desconsolados, sobretodo la madre, diciendo que su hijo no ha aparecido desde el viernes hasta aquel día. La policía ya estaba haciendo lo que fuera a su alcance para encontrarlo. Por otro lado, los padres querían indagar en compañeros por si tenían alguna noción de su posible paradero, pero nada consiguieron.  
Esto se supo a nivel nacional. El establecimiento fue muy criticado y cuestionado, junto con todo su equipo. Muchos de nosotros, especialmente yo, tuvimos que ir en varias ocasiones a dar declaraciones al juzgado. El caso tenía para muchos meses. Quizás quedaría abierto, sin una respuesta clara. Con el pasar del tiempo solo había impresiones en blanco y negro, acompañado de un  rostro sonriente, cuyo papel decía: joven desaparecido. Si lo ha visto en algún lugar, llamar al 90112237. Su nombre es Luis Antonio Cifuentes Guzmán.

Mientras el profesor hablaba del cuento, él solo estaba concentrado en su dibujo. No le interesaba gastar la tinta de aquel lápiz en apuntes de clases, sino en realizar un dibujo de una paloma, como si nada más importara en el mundo. El profesor notó el desinterés del estudiante, malgastando el obsequio que el mismo le había hecho, cuando a Luis en una oportunidad se le terminó la tinta para seguir respondiendo una evaluación.
–Ten, puedes quedarte con el mío– le dijo le dijo el profesor, al verlo preocupado por no tener lápiz. 
El estudiante pensó en aquello, pero no le importó y siguió con su obra. Ya habían pasado 40 minutos hasta que decidió pedir permiso para ir al baño. Aquella fue la última vez que salió de la sala. El día estaba oscuro, las nubes grises. En los largos pasillos el frío se manifestaba como un ser omnipresente. Nadie transitaba por el lugar en esos momentos: ni inspectores de patio, ni alumnos merodeando para perder clases.

Eran las dos y media de la madrugada y aún no se podía quedar dormido. Estaba muy preocupado por el paciente que ha tenido que tratar. Los antibióticos no han hecho efecto y la infección pulmonar sigue en aumento. Si bien los médicos tienen buen estatus y una vida sin preocupaciones económicas, traen consigo inquietudes de vida o muerte. La intranquilidad de esa noche lo llevó a levantarse para prender un cigarro y fumarlo en el balcón de su casa. La noche estaba helada y corría mucho viento; al parecer la lluvia era inminente. Se encontraba solo en la silenciosa oscuridad. De pronto en la casa contigua, escuchó unos quejidos o más bien unos lamentos. Éstos eran casi imperceptibles por la brisa. Además, le dio la impresión de haber oído algo sólido que intentaba arrastrarse y dando golpes como pequeños saltos. De improviso vio salir dos personas de aquella casa, por lo que apagó el cigarro en forma nerviosa, cayéndole ceniza caliente a los pies descalzos. Se ocultó en la oscuridad para poder lograr escuchar algo. No le fue posible percibir nada de lo que hablaban. Solo oyó el momento en que se despidieron estrechándose la mano. Fue ahí cuando uno le dijo al otro: sin tu ayuda esto no hubiese resultado.

El tiempo y la rutina siguieron su curso normal por mucho tiempo. Era un día viernes cuando llegué exhausto como siempre a la casa. La carga semanal pesaba sobre mi espalda, y aún me faltaban cien pruebas por revisar y hacer dos más. La única ventaja que consideré en ese momento es que hace un tiempo me he vuelto solitario, de pocos amigos, sin novia, ni hijos. Esto ayuda a que el trabajo sea más eficiente, dado que puedo preocuparme solo de mí, hacer lo que se me plazca.  A pesar de todo el trabajo, decidí al menos darme un descanso aquella noche. Quise leer un poco, ver televisión, tomar una fresca cerveza del refrigerador y fumar un poco para relajar los nervios.  Al Introducir la llave en la cerradura y entrar, veo que todo está hecho un desastre: la ropa tirada por todas partes; platos encima de la mesa, sin lavar; el sofá lleno de cenizas; y el olor a comida mezclada con humo, impregna toda la casa. Por tanto, antes de descansar seguí con el afán, ordenando y limpiando todo. Primero abrí las ventanas, luego retiré toda la losa del living para dejarla en el lava platos, sacudí los sillones, barrí el piso del living, limpié la cocina que se encontraba toda mugrienta con grasa. Pero quedaba la peor parte: lavar los platos.
Después de todo el quehacer fui en busca de una antología de cuentos. Me acomodo en mi sofá, dejando los pies en alto. Pienso en las cosas que este año sucedieron y el nombre de Luis viene a mi mente y labios: – Luis, Luis, Luis. Abro el libro en donde la página está separada por una hoja rasgada, la cual tiene el dibujo de una paloma. Por unos minutos la observo. Provoca en mí una leve sonrisa, abstrayéndome del mundo por unos momentos.
De pronto golpean mi puerta, provocando que diera un pequeño sobresalto. Voy a ver quién puede ser, no esperaba visitas a esa hora…

A través de la mirilla observo a dos policías.






Lukas W Fuentes   

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