La isla
La isla
Josué y
Sara solo conocen a dos personas, sus padres. Desde que nacieron, lo único que
han pisado es el césped y la tierra; nunca se han visto rodeados de tecnología
avanzada. Viven en una extensa y fértil llanura, rodeados por bosques y
montañas. Sin embargo, la distancia de las colinas es tal, que se difuminan
como lejanas sombras azules. Poseían todo un mundo para ellos, siendo
verdaderos seres mimetizados con la naturaleza. Siempre han tenido por
costumbre alejarse sin frontera ni rumbo fijo para jugar.
Una
cierta tarde, como les era costumbre, estaban explorando nuevos terrenos; hasta
que se encontraron con un extraño artefacto, lo cual acostumbraban visitarlo en
forma reiterada, siendo el mejor panorama. Su forma es extraña, nunca antes
vieron algo igual y no tenían idea de lo
que podía ser. Es como un gran escarabajo de metal, corroído por el paso del
tiempo. La primera vez que lo vieron les llamó la atención los cristales rotos
que se encuentran en las puertas y en la zona frontal. Al principio dudaron de
entrar, pero ni modo, lo hicieron; tenían unos asientos muy cómodos. Sara
pensaba que en un pasado muy lejano, extraños seres podían observar el universo
desde aquella cosa extravagante. Toda esta imaginación era producto de la influencia
que ejercía su hermano sobre ella. Josué cree que es una nave que cayó del
cielo, perteneciente a un explorador interplanetario. Cada vez que les
preguntan a sus padres por aquello, estos se ponen esquivos con el tema; solo
dicen no saber lo que es, y que es mejor no hacer preguntas innecesarias. Estos
hermanos nunca han visto los avances que tiene una civilización moderna, pero
saben leer muy bien, siendo los padres los responsables de enseñarles. Un día,
Josué a escondidas se acercó a un lugar donde estaba prohibido ingresar. Es un
cuarto viejo de madera, que estaba encerrado por una cadena y un gran candado. Sin
embargo, en la parte inferior de un panel lateral, había unas tablas muy
podridas y carcomidas por las orugas. El
niño de diez años era muy delgado, así que pudo ingresar sin mayores
dificultades. Adentro estaba muy oscuro y el aire pesado, pero la luz del sol
lograba penetrar por infinitos agujeros. Un sinfín de líneas blancas daban
atisbos de un pasado inimaginable para estos pequeños. Todo estaba cubierto por
sábanas rotas y empolvadas. Dentro de lo que pudo ver, llama su atención un
objeto cuadrado con un vidrio muy grueso junto con unas perillas en su parte
lateral. Luego se puso a avanzar un poco entre la penumbra; justo a sus pies dio
con un libro: “21 relatos de ficción interestelar”. Al tomarlo, comenzó a sonar
la cadena; alguien estaba entrando. Su padre al verlo se enfureció y lo sacó
del lugar. Por suerte había alcanzado a esconder el libro debajo de la polera
junto a su espalda. Su padre le dijo que
estaba prohibido entrar a ese cuarto y si a la próxima lo sorprendía en el
mismo acto, sería muy severo. Así fue como su mundo se abrió a las estrellas y
aventuras de seres con 1000 años de vida, que atravesaban distancias
inconmensurables en solo segundos. Las impresionantes batallas galácticas de
Tarqui versus Olko, lo habían cautivado.
A veces
solía leer ciertos capítulos para su hermana. Esto era el equivalente de cuando
los niños en un pasado se entretenían viendo por horas la televisión. A veces
lo hacían junto a una fogata. Los ojos de la niña se enajenaban ante la danza
de las llamas y el crepitar de la leña. Tal era su concentración, que el fuego
tomaba formas de seres y objetos de lugares inexplorados. Después de eso
sentían la voz su madre llamarlos con un grito cuyo eco resonaba entre las
montañas. Ambos tomaban puñados de tierra para apagar el fuego. Antes de irse,
cuando todo era penumbra, ella tomaba la mano de su hermano para mirar el
derrame de estrellas, como un manto plateado, lejano y misterioso.
–Hermano, ¿Qué son las estrellas?
–No sé bien, se supone que son soles que están muy
lejos de nosotros.
–Mmmm, yo creo que son fogatas que algunos niños las
han encendido, pero que quedaron vagando en el espacio.
– ¿Niños? No me imagino que haya otros como nosotros.
–Mi mamá me dijo que en algún tiempo los hubo.
– ¿Entonces ya no existen otros?
–No lo sé, según mamá no.
–Creo que un día iré a descubrir otro niño más allá
de las montañas.
–Tú sabes que nuestros padres nos dicen que es
peligroso y prohibido irnos de aquí.
–Josué, Sara, es tarde ya; entren a la casa.
Noelia, la madre de los niños, era paciente con
ellos. Es la bondad manifestada en la familia y el padre se traducía en la
rigurosidad. Ella se levantaba siempre a las siete de la mañana y tenía por
costumbre observar las lejanas montañas azules que se presentaban misteriosas.
Estas ocultaban algo que, según ella, es mejor no volver a conocer. Es por eso
que su preocupación era que los niños nunca llegaran a traspasar aquella
frontera. Las cosas fuera de su mundo estaban contaminadas y corruptas,
habitadas por seres extraños y viles. En algún tiempo vivó fuera de la llanura,
enseñando a muchos estudiantes, pero las cosas comenzaron a ponerse hostiles. De
un momento a otro todos se comportaban como locos ante el caos que se vivía en
la ciudad; seres extraños habían comenzado a aparecer con el único propósito de
hacer daño a las personas, así que era mejor huir de la ciudad.
El sol ya había salido por completo y seguía aún
observando la forma en que la naturaleza transformaba por completo su color.
Las cosas pasaron de un azul tenue a un naranjo cálido.
Hace diez años que ya no pisaba el cemento ni el
colegio donde enseñaba lenguaje y literatura. Siempre estaba ávida por realizar
sus clases de gramática y creación literaria a jóvenes entre 14 y 17 años. En
aquel entonces vivía sola, siendo una mujer soltera a sus jóvenes 25 años. Su
belleza llamaba la atención en los estudiantes. Era de estatura media, con un
rostro terso acompañado de una amplia pero no exagerada frente que le daba
cierto carácter y delicadeza.
Una de las cosas que ella les contó a sus hijos, es
que en su último día de clases las personas se comenzaron a descontrolar. Sin
embargo, los niños no logran comprender del todo lo que su madre les decía. Aunque
si bien, en los niños esto provocaba
temor, también surgía la curiosidad de descubrir nuevos horizontes. Su madre
contaba que al salir del colegio, todos huían despavoridos del lugar. La
desesperación comenzó a invadir todos los rincones de la ciudad. El tráfico se
detuvo y los que querían escapar tuvieron que salir corriendo, llevando solo lo
esencial. Las figuras que amenazaban la ciudad eran difusas, pero se puede
asemejar a sombras que atacaban sin piedad. Muchos no lograron salir con vida. Noelia fue -según ella- uno de los pocos
afortunados que lograron sobrevivir. A veces pensaba que era mejor así, que la
civilización estaba contaminada y que era mejor alejarse de la corrupción y de
las cosas mundanales que, tarde o temprano, y al parecer más temprano que
tarde, terminarían por acabar las interminables banalidades de una vida sin
sentido.
Los niños sabían que la pradera era lo único que
importaba y que no debían traspasar los límites establecidos por sus padres. Noelia
también les había explicado que cierto día el sol calentaba en extremo, no se podía
suponer con exactitud cuántos grados había, pero el decir que eran casi 40º no
sería una exageración. Con mucha sed y hambre, tuvo síncopes hasta que se
desmayó. Al despertar, estaba tendida en una rústica cama. Al lado suyo, arriba
de un pequeño velador sobre un plato había un pedazo de pan y un vaso con jugo
de manzana. Sin dudarlo bebió y se devoró el alimento en no más de dos minutos.
En la habitación no había nadie, por lo que comenzó a recorrer el refugio, pero
tampoco logró dar con alguien. Al salir del lugar pudo contemplar que estaba en
una pradera rodeada de montañas. A lo lejos entre los rayos del sol veía que un
hombre se acercaba con un hacha en la mano. Fue así como conoció al padre de
sus hijos.
Edgardo había vivido toda su vida en el campo, solo
iba a la ciudad a comprar lo necesario para sus plantaciones: pesticidas y
químicos con el fin de que sus cultivos crecieran más rápidos y pudieran
soportar las inclemencias del tiempo. No acostumbraba a socializar mucho,
estaba un poco más “educado” que un ermitaño y de hecho a sus 45 años, había
descartado casi toda posibilidad de tener una mujer y de ser padre. Era
desconfiado con las personas y mucho más con las que pertenecían la ciudad.
Aunque luego de la llegada de Noelia, se tornó más reacio viajar hacia la
ciudad. Es probable que para creer así de fácil, haya tenido enamorarse. Lo que
siempre le pareció extraño es que para Noelia no era necesario salir de la
llanura a un lugar más oculto, donde aquellas sombras no los encontraran. A
veces al igual que a sus hijos, miraba el horizonte e intentaba imaginar el
mundo en desgracia. Pero a pesar de aquello, no le afectaba, porque al igual
que su mujer, pensaba que la ciudad estaba corrompida y que el juicio les
llegaría tarde o temprano.
Durante su infancia Edgardo iba junto a sus padres
donde un grupo de religiosos que se reunían en una pequeña casa de adobe. En
esta había dos filas compuesta por cuatro bancas. Era un lugar humilde, pero
cuando se realizaban sus ceremonias y cultos, la excitación y explotación de
las emociones traspasaba todos los rincones de aquel aislado lugar. Tenían un
líder religioso que les auguraba visiones de un futuro cruel, donde las copas divinas
harían estragos en la tierra. Uno de sus credos era obedecer ciegamente sin
cuestionar nada. Si no se cumplía este mandato, la ira del señor caería sobre
sus vidas. Es por esto que desde que fue pequeño, estuvo ligado a la rigurosidad y al
castigo. Esta fue la causa detrás de un padre muchas veces para con sus hijos. En este
sentido, era Noelia quien ponía la cuota de bondad y dulzura a la familia; era
ella quien le ablandaba un poco el corazón a Edgardo.
Él siempre tendrá en su retina aquella escena de su
mujer, donde podía observarla a la distancia con su mano en la frente haciendo
de visera; mirándolo por primera vez, con un sencillo vestido que se meneaba
delicado al viento. La que sería su acompañante, al fin había despertado.
Un día, Josué ya no daba más de curiosidad y volvió
a entrar al viejo cuarto para descubrir algo más, sabía que sus padres algo les
ocultaban. Así que decidió ir con su hermana para que le avisara en caso de que
su padre se acercara y así escapar por la parte de atrás. Ingresar no era
difícil, ya que a parte de su madera carcomida, no tenía piso de madera, sino
que bastaba solo con cavar un hueco por debajo del panel; con eso sería
suficiente. El hueco estaba casi listo, cuando de repente Sara se da cuenta de
que su padre viene gritando hacia ellos con una varilla en la mano. Como dos
niños escurridizos escaparon de lugar, temiendo el castigo. Corrieron y
corrieron, hasta que sin darse cuenta, se perdieron en el bosque. A lo lejos
escuchaban el grito desesperados de sus padres, sin embargo, decidieron no
avanzar gracias a un impulso interno que los instaba a no detenerse. No cabía
la menor duda: era el momento de saber que había más allá. Al ir caminando por
muchos días, llegaron a zonas ya
inexploradas. De pronto se topan con un camino extraño, era duro y negro con
líneas blancas. Luego sintieron un ruido muy potente para sus oídos casi
vírgenes; era un escarabajo muy parecido al que ellos jugaban. Avanzaba veloz
como las naves intergalácticas de las historietas. Esto al contrario de
provocar un miedo paralizante, ocasionó que la curiosidad de ambos
aumentara.
Avanzaron hasta que el cansancio, el hambre y la sed
los detuvo, pero fue justo ahí cuando se acercaron a un precipicio que estaba
al costado del camino. Pudieron observar un lugar gigantesco, misterioso, casi
divino. Decidieron seguir la ruta hasta bajar a un lugar nunca imaginado. Inmensas torres que llegaban hasta el cielo
reflejaban como gigantes ángeles la luz del sol. Infinidad de escarabajos se
movían como el rayo que expulsaba el arma de Olko. Su madre mintió, pues había
un sinfín de personas que se movían de un lugar a otro como hormigas
desesperadas por encontrar su alimento. Miles de sonidos daban muestra de una
civilización que ha seguido su curso normal.
Lukas W Fuentes
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